Ciencia que cambia el mundo


Cuando en 1895 el sueco Alfred Nobel legó su fortuna para reconocer a las figuras más sobresalientes cada año en el campo científico y literario, tal vez no sospechó que los premios que llevarían su nombre se convirtieran en los de mayor prestigio en el mundo y que, además, sirvieran para zanjar viejos debates que existen entre los propios científicos. De hecho, con la entrega esta semana de los galardones de medicina, física y química, parece comprobarse que las diferencias entre las llamadas ciencias básicas y ciencias aplicadas son prácticamente inexistentes. Basta ver, por ejemplo, que los tres recompensan trabajos de largo aliento que, por un lado –como corresponde a las básicas–, amplían el conocimiento en cada uno de sus campos y, por otro, proyectan aplicaciones trascendentales para toda la humanidad. En ese sentido, no sobra reafirmar el valor de los trabajos de estos siete gigantes del laboratorio que empezó el lunes con el biólogo japonés Yoshinori Ohsumi (Actual Premio Nobel de Medicina) por descubrir la autofagia –un mecanismo que les permite a las células reciclar sus componentes y remodelarse o autodestruirse, según las condiciones a las que se enfrentan–, lo que ha permitido avanzar, entre otras cosas, en el entendimiento del envejecimiento y en el manejo de males como el cáncer. Inmenso valor también se les otorga a los estudios sobre los llamados estados exóticos de la materia, a los británicos David Thouless, Duncan Haldane y Michael Kosterlitz (Actuales Premios Nobel de Física). Y si bien el concepto puede sonar extraño, hoy es la base del desarrollo de nuevas generaciones de dispositivos electrónicos y de superconductores. Y en el mismo nivel está el Nobel de Química, concedido a los papás de la nanotecnología: el francés Jean-Pierre Sauvage, el inglés Fraser Stoddart y el holandés Bernard Feringa, expresada simbólicamente en máquinas moleculares que abren un horizonte descomunal en todos los campos de la industria, la técnica y la medicina. Bien por el ‘Premio Nobel’, que, después de 115 años, en ciencia sigue siendo el más grande.

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